domingo, 23 de mayo de 2010

El dentista.

Eran las ocho de la mañana de un viernes, hora inusual para levantarme un día de semana ya que mi horario de trabajo empieza a las seis y media por lo tanto a las cinco y pico, ya esta sonando el maldito despertador y empezando mi cotidiana agonía de los últimos minutos en la cama.
Está vez la agonía empezaba mas tarde pero era la misma sensación, agregándole que en un rato el hombre cavernícola, también conocido como dentista, estaría excavando en mi boca en busca de una muela de juicio que sobraba y solo producía dolor.
Hice las típicas cosas al levantarme, apagar el despertador y que vuelva a sonar; volverlo a apagar y que vuelva a sonar, hasta que me terminaron levantando los gritos o alguna amenaza simpática que solo las madres saben hacernos con el solo fin
de que nos sintamos con culpa y terminemos haciendo lo que ellas quieren, en este caso, pegando un salto de la cama.
Luego, la seguidilla de cosas que tenía que hacer en el día dieron vuelta por mi cabeza, el café con leche como todas las mañanas y porque no alguna tostada
y de vuelta las ganas desbordantes de volver a la cama y solo levantarme de ella al estar segura de querer soñar despierta.Vestirme y abrigarme ya que en esos días el frió podía llegar a matar y pensándolo bien no era tan mala idea morir así antes que morir de dolor por una muela. De vuelta esos gritos que me habían hecho salir casi corriendo de la cama, debido a que ya se estaba haciendo tarde, desdibujaron mis pensamientos y me propuse salir al encuentro del dolor.
Tráfico, tráfico y más tráfico, nunca en mi vida me gustó tanto que Buenos Aires sea un caos; placer que terminó al llegar a la caverna y anunciarme en la entrada
para la cirugía de una muela." Al fondo a la derecha, consultorio 7, Tenes como una hora de espera", fueron las exactas palabras que recibí de la cómplice.
Un pasillo largo, el cual recuerdo haber transitado antes por el mismo motivo, por eso mi insistente pronóstico de dolor, debido a que ya lo había experimentado.
En frente de la puerta del consultorio 7 fue donde nos sentamos. Mamá me hablaba de cualquier cosa que se le cruzara por la cabeza, subestimándome e intentando boicotear mis ganas de salir corriendo por ese pasillo tan frío, más aun que el de la muerte.
Los minutos no pasaban más. La gente entraba y salía de los consultorios pero yo definitivamente tenía para un largo rato.
Recuerdo que antes de la media hora de estar ahí tuve 3 o 4 veces el mismo pensamiento, que me tragara la tierra por favor! pero era en vano, seguía ahí sentando hablando con esta mujer que me tuvo en su vientre y tanto me conocía pero que no podía llegar a sentir lo que yo sentía en ese momento.
A los 40 minutos la puerta del consultorio 7 se abrió y se asomo un cavernícola vestido de celeste con cara simpática pero no por eso iba a engañarme. Las palabras que dijo en ese momento pasaban en cámara lenta para mí. Mi cara de terror fue tan obvia
que creo que hasta él mismo se asustó y llamó a otra victima pero la próxima sería yo. No podía permitir que eso me ocurriera, por lo menos no sin mi consentimiento, así que entre en un debate de ética en mi cabeza, el cuál quise exteriorizar y explicar razonablemente pero solo recibí una risa irónica.



En este momento la situación era al revés, los minutos ya no pasaban tan lento sino que muy rápido y ya casi estaba por cumplirse la hora pactada para mi condena. Cuando pude asumir porque estaba en ese lugar, la puerta del consultorio 7 volvió a abrirse y se escuchó mi nombre, letra por letra, no era una confusión, me tocaba a mí. Me entregue al destino y respire profundo, tan profundo que al levantarme sentí que mi cuerpo pesaba cada vez más y más. Hice tres pasos y mi agonía terminó, ya estaba durmiendo otra vez.

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